Éste es un post de una invitada muy especial: Cova, mi pareja.
Os dejo con ella. Espero que lo disfrutéis.
Si algo recuerdo de los primeros años de la crisis financiera que empezó en 2008 fue la frase “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Era lapidaria y me hervía la sangre cada vez que algún político, con aires de suficiencia, decía semejante sandez, dando a entender que la miseria que atravesaban muchas familias era por su mal comportamiento.
Por aquel entonces, yo rondaba los 27 años. Jamás había vivido por encima de mis posibilidades, pero la crisis me estaba afectando, así que esa frase era un ataque personal.
Recuerdo también a mi padre decirme:
- Sí, hija, sí. En España vivimos por encima de nuestras posibilidades.
Y al escuchar eso, no daba crédito. Es verdad que en mi casa no pasábamos penurias, pero tampoco se gastaba en cosas superfluas.
No entendía cómo mi padre podía pensar eso.
Unos años más tarde, lo vi claro.
Contenidos
La vida loca de Paquita
La llamaremos Paquita, pero no te engañes, lo que voy a contar es verídico. Te doy mi palabra.
Paquita aterrizó como un torbellino en la oficina donde yo estaba trabajando. Tenía mucha energía y demasiadas ganas de contar sus historias, aunque nadie le preguntase por ellas y fuera una recién llegada.

Paquita aterrizó como un torbellino en la oficina.
Al segundo día, supimos que compartía piso con 4 personas a las que les sacaba más de 30 años.
Y es que Paquita había terminado viviendo en un piso compartido después de que su exmarido decidiera dar carpetazo a 25 años de matrimonio y ella tuviera que abandonar el hogar.
No entraré en detalles, pero la cuestión es que, de un día para otro, Paquita tuvo que empaquetar sus pertenencias y alquilar una habitación.
- De repente, me vi en la calle y con 50 euros para pasar el mes después de pagar los gastos fijos – decía ella.
Los primeros días nos contaba sus penas a corazón abierto y a mí me daba verdadera lástima. Era una mujer acostumbrada a vivir al día y sin nadie a quien recurrir.
Para ella, el empleo que acababa de conseguir era su salvavidas. Después de unos meses buscando trabajo, la habían llamado para cubrir una plaza vacante durante un tiempo indeterminado, así que el contrato le podía durar dos años o dos meses…
El caso es que Paquita cobró su primer sueldo y vino al día siguiente con unos pendientes nuevos y un pañuelo al cuello, porque ya estaba bien de no poder permitirse nada.
Poco después, Paquita también decidió que podía salir a diario a comprarse el almuerzo en pastelerías caras, de esas a las que yo suelo acudir cuando tengo algo que regalar o por alguna celebración muy especial.
Cada lunes, Paquita estrenaba una prenda como mínimo. Dirás “oye, pobre mujer, a ver si no va a poder comprarse nada, que bastante ha sufrido”
No, deja que me explique: pantalones de 55 €, camisas de 40 €, zapatos de 80 €…
No sé a ti, pero a mí esos precios me escandalizan, ve sumando las cifras.
Y no estoy diciendo que Paquita tuviera que vivir sin darse ni un solo capricho, no es eso. Pero recordemos que venía de una situación complicada y que hacía 4 días tenía 50 € para comer, una vez descontados los gastos fijos del mes.

Paquita decidió que ya estaba bien de no poderse permitir «pequeños» caprichos.
Por cierto, hablando de gastos fijos. ¿Sabes qué tarifa de móvil tenía Paquita? Bueno, yo tampoco sé qué compañía la estaba estafando, pero sí sé que le costaba 30 € mensuales (sólo el móvil, sin fibra, fijo, ni nada).
¿¿¿¡¡¡¡Pagas 30 euros al mes por hablar por teléfono!!!??? Me salió sin pensar, a bocajarro.
Su respuesta me dejó sin habla.
- Pues sí, ya me he cambiado muchas veces de compañía y no pienso volver a perder el tiempo.
Pero… si hay tarifas por 10 € con más datos y minutos que horas en el día para usarlos… ¿Perder el tiempo?
Bueno, volvamos al hilo conductor: la vida loca de Paquita.
Ahora que cobraba algo más de 1.000 € netos al mes, nada se le resistía.
- ¿Se le antojaba un bolso? Pues toma bolso.
- ¿Hoy no le apetece cocinar? Pues queda a cenar con quien se preste un martes.
- ¡Qué abrigo tan majo! Pues para qué va a esperar a rebajas.
Y así un gasto tras otro, semana tras semana.
A estas alturas, yo ya sabía que Paquita estaba jugando en una liga que no era para ella. No daba crédito a este comportamiento, porque recordemos que esta buena mujer hacía 4 días pasaba el mes con 50€, una vez pagados sus gastos fijos.
Lo peor de vivir a todo tren es que los gastos menores dieron paso a otros de mayor envergadura.

Todo lo que ingresaba Paquita se lo acababa gastando
De repente, un día vi cómo dejaba en la mesa un movilaco que casi no le cabía en la mano y refunfuñaba porque había algo que no sabía manejar:
- Ains, es que mi hija me convenció para que me cambiase de móvil y ahora no me hago con él.
Yo no dejaba de mirar a Paquita peleando con aquel aparato de última generación, por el que habría pagado un precio tan obsceno como innecesario. Porque, dime una cosa: ¿para llamar a su hija necesitaba algo más de lo que ya tenía y le funcionaba? No. Aunque claro, tampoco necesitaba la tarifa de 30 € al mes.
Así, nuestra protagonista decidió que compartir piso ya no era una opción aceptable para ella.
Y aunque había firmado un contrato de alquiler que vencía 3 meses más tarde, Paquita me dijo que ya no aguantaba más y que le daba igual perder la fianza de 400€ por cancelar el contrato antes de tiempo. De esta forma, la casera ganó esos 400 € que a ella “le sobraban”, a pesar de que hacía 4 días Paquita pasaba el mes con 50 € porque todo lo demás lo destinaba a pagar sus gastos fijos.
Pocos días después, me contó que se había comprado una tele porque la que había en el piso no le gustaba, así que ahora estaba pagando a plazos una pantallaca para su nuevo salón.
- ¡Menuda ruina que tengo! – creo que fueron sus palabras exactas.
Y yo sólo pude encogerme de hombros, horrorizada al pensar en cuánto dinero le quedaría a esta buena mujer al final del mes.
Por desgracia, la vida te da bofetadas cuando menos te lo esperas. Y eso es lo que le ocurrió a Paquita cuando, un par de meses más tarde, le comunicaron que la cesaban de su puesto con carácter inminente.
De nuevo, regresó a su situación de partida. Sin trabajo, sin ahorros y pagando a plazos sus caprichos.

Al final, Paquita volvió a su situación inicial: sin dinero y con varias deudas por saldar.
El peligro de vivir por encima de tus posibilidades
Quizá te parezca que la historia de Paquita es exagerada. Te entiendo. Yo también pensaba que un comportamiento así era imposible, hasta que la conocí.
Después de aquello, hablando con gente de mi entorno, he oído historias de otras personas que viven de esta manera: gastan cada euro que ingresan y esperan a que les llegue la siguiente nómina para repetir la operación.
Y no hay un perfil concreto de derrochador. Te encuentras gente de todo tipo, con circunstancias vitales muy diferentes, de todas las edades, de distintas profesiones y con niveles de ingresos muy dispares. El único punto común es que todo el dinero que entra, sale con esa misma rapidez.
Puede que estés pensando que eso depende de lo que ingreses, que no es igual ganar 1.000 euros que ganar 4.000. Tengo que discrepar. El derrochador que gana 4.000 se los gasta porque los tiene y eso es lo mismo que hace el derrochador que gana 1.000.
No sé cuál es el motivo de esa forma de vida, lo que les impulsa a comprar todo lo que se les antoja. Es algo que me intriga bastante. Imagino que los patrones aprendidos en su infancia y adolescencia les han influido mucho, pero creo que el principal catalizador es el modelo de vida que nos han vendido y que hemos aceptado como válido.
Existe un estándar de persona triunfadora y parece que todos tengamos que acercarnos a ese modelo lo máximo posible: un empleo distinguido, una vivienda en propiedad y un coche particular, una segunda residencia, viajes a lugares lejanos, ropa nueva cada temporada, accesorios de marca, última tecnología en nuestras manos, múltiples actividades lúdicas…
Es la carrera de la rata. Un círculo vicioso en el que incrementas los gastos al mismo ritmo que los ingresos.
Quien no se ajusta a ese patrón se suele considerar un perdedor o un inadaptado. Quizá podría ser la explicación de por qué algunas personas consumen por encima de sus posibilidades para acercarse a lo que se considera el éxito.

La sociedad nos empuja a entrar en la denominada «carrera de la rata».
Aceptar ese modelo como el único válido es demencial, pero lo más peligroso es asumir gastos sin pararse a pensar en ellos. Se ha normalizado el “vivir al día”, el gastar hasta el límite máximo de lo que podemos pagar y nadie se sorprende de que un joven mileurista lleve en sus manos un teléfono de 500€.
También se han normalizado las deudas como si no conllevasen riesgos. Es habitual que la gente firme una hipoteca a 40 años y otros, incluso, piden un crédito para hacer un viaje exótico. Lo chocante es que muy pocos se plantean lo que les supone esa deuda a medio o largo plazo: ¿seré capaz de devolver ese dinero durante los próximos x años?, ¿qué pasará si dejo de cobrar todos los meses lo que cobro ahora?
Por el contrario, si alguien prefiere alquilar un piso se considera que está tirando el dinero, si le gusta pasar el verano en su pueblo es un pardillo y si compra acciones por valor de 500€ está arriesgando esa cantidad (jugar a la lotería de navidad está perfecto, pero invertir en bolsa es de locos).

¿Por qué hipotecarse a 40 años se ve como algo normal?
Además, no olvidemos que el Estado quiere ciudadanos no demasiado adinerados. Esta es una de las razones que explicaría por qué el sistema fiscal y tributario español se empeña en penalizar el ahorro. Los impuestos sobre el patrimonio y sobre las sucesiones son un claro ejemplo:
- En vida, pagas por acumular riqueza por encima de lo que ellos consideran aceptable, aunque sea gracias a tu trabajo y a comprar un Kia en lugar de un BMW.
- Cuando mueres, tus legítimos herederos también deben pagar si quieren recibir los bienes por los que tú ya habías pagado antes.
Al Estado le interesa más una ciudadanía semi-empobrecida, porque cuanto más dependientes seamos de sus políticas públicas, más agradecidos estaremos a su labor y más fácil será manipular nuestro pensamiento.
¿Entonces, debemos vivir como un monje cartujo?
No, en absoluto.
Si restringimos todos nuestros gastos a lo estrictamente indispensable para subsistir, nos estaremos perdiendo la chispa de la vida. Pero entre disfrutar y despilfarrar, hay un amplio margen de maniobra.
Nuestro paso por el mundo no consiste sólo en comprar cosas y gastar dinero, por mucho que los publicistas nos quieran convencer y a pesar de tantos influencers que venden su “vida perfecta” a través de su Instagram.
No vales más como persona por la ropa que llevas o por dónde pasas tus vacaciones. Tampoco por cuánto dinero ganas con lo que haces. Darse cuenta de esto es liberador y pone el foco en lo que es importante para ti.
Y cuando recobras la consciencia sobre tus verdaderos gustos y no sobre los de la marabunta que te rodea, dejas de gastar en modo automático y empiezas a tomar el control de lo que merece la pena y a valorar lo que cuestan las cosas.

No hace falta vivir como un monje. Disfruta, pero siempre con cabeza.
De todas formas, antes de empezar a pensar en gastos extra, el punto de partida debe ser una situación económica saneada. No puedes pensar en caprichos si no sabes en qué punto estás y, para ello, necesitas:
- Conocer cuánto ingresas y cuánto gastas de forma habitual, para saber qué cantidad te queda disponible al final del mes.
- Reservar una cantidad mensual para ahorrar de forma recurrente.
- Disponer de un colchón de seguridad para imprevistos, que no debes tocar salvo emergencias.
Si cumples esos 3 requisitos, quizá ha llegado el momento de darse algún homenaje.
Dicen algunos expertos que cuando se afronta un gasto importante es muy útil valorarlo en función de los días que tienes que trabajar para poder comprarlo. Un ejemplo rápido: supón que gano 24.750 € al año y trabajo 1.800 horas, lo que se traduce en 225 días x 8 horas de trabajo. Si divido mi sueldo bruto anual entre los 225 días, significa que cada jornada gano 110 €. Imagina ahora que estoy pensando en comprar una bici de 660 euros, que equivale a 6 días de currele en la oficina.
¿Me interesa trabajar 6 días para poder comprarme esa bici? Solo yo podré responder, es una decisión personal, pero dispongo de un dato objetivo para valorar si ese gasto extra que me estoy planteando merece la pena.
¿Cuál sería el coste a partir del cual deberías hacer esta reflexión? Pues depende de tu situación, pero mi consejo es que lo hagas siempre que el gasto supere 1 día de trabajo.
Otra recomendación es que los gastos superfluos no se conviertan en algo frecuente. Si todas las semanas te ves analizando si deberías o no afrontar un gasto extra, creo que sería conveniente reconsiderar esa costumbre que se ha convertido en un hábito poco sano.
Por último, también es muy recomendable fijar un presupuesto mensual máximo para este tipo de gastos extra y no sobrepasarlo. ¿Y cuál es ese tope? Pues, de nuevo, depende de tu situación económica.
Para calcular esa cantidad, te recomiendo que revises tu balance mensual de ingresos y gastos, para ver qué cantidad queda disponible tras descontar los costes fijos, entre los cuales recuerda incluir la cuantía mensual que destinas al ahorro.
Cuando sepas cuánto te queda sin comprometer cada mes, no significa que lo tengas que gastar íntegramente en caprichos. Puedes fijar un tope inferior como regla general y únicamente aumentarlo en aquellos casos en los cuales el gasto extra esté justificado (por ejemplo, es periodo de rebajas y hay un artículo de muy buena calidad a un precio ajustado, pero que superaría tu tope estándar).
Eso sí, no caigas en la trampa de incrementar ese tope todos los meses para llevarlo al límite de tus posibilidades. En ese caso, es preferible ser sincero con uno mismo y fijar un máximo más realista, siendo consciente de lo que significa para ti consumir por completo tus ingresos mensuales.
Conclusiones
Estaremos de acuerdo en que solo tenemos una vida y que estamos en ella para disfrutarla.
También coincidiremos en que muchas alegrías no cuestan nada, pero que otras suponen un cierto desembolso económico.
Encontrar el equilibrio entre el disfrute y la mesura es sencillo si seguimos estas 7 pautas:
- Abstráete del modelo social generalista de persona triunfadora.
- Recobra la consciencia sobre lo que es importante para ti.
- No te endeudes ni asumas gastos sin analizarlos previamente.
- Alcanza una economía saneada antes de pensar en gastos superfluos.
- Valora cada gasto extra en función de las jornadas de trabajo a las que equivale.
- Reflexiona sobre cada capricho que cueste más que un día de tu trabajo.
- Fíjate un presupuesto mensual máximo para los gastos superfluos ocasionales.
Así que tú decides: ¿quieres ser el dueño de tus finanzas o quieres ser como Paquita?

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Hola, qué tal? he leído este artículo y me ha gustado mucho, especialmente la historia de Paquita! Te quería comentar que he publicado esa historia en mi blog (profundiza en tus sueños) mencionando tu autoría por supuesto y tu página web. Espero que no tengas ningún inconveniente, si fuera así dímelo y lo elimino de mi entrada, ok?
Muchas gracias! 😉
Hola Loli,
me alegro de que te haya gustado el artículo. Espero que ayude a quien lo lea a tomar conciencia sobre la importancia del ahorro y de tener algo de previsión de cara al futuro.
Gracias por avisarme de que has utilizado la historia de Paquita en tu blog. Como mantienes la autoría y haces referencia a la web, no me importa 🙂
Un saludo!